Ella bajaba del tren, y frente a la salida estaba él, esperándola con ahínco, deseoso de volver a abrazarla.
- Hola preciosa. (saludó intentando abrazarla)
- No me toques
- ¿Pero qué te pasa ahora Alicia?
- Que estoy cansada y he dormido poco.
- ¿Y tengo yo la culpa de eso? Anda dame un beso siquiera.
- No, déjame Roberto que estoy de mal genio.
- Bueno…venga, dame esas maletas y vamos para el coche.
- ¿Está muy lejos? (preguntó mientras andaban)
- Joder Roberto ¿Por qué no has aparcado más cerca?
- Pues donde he encontrado aparcamiento, ostias, que cuando te pones así no hay quien te aguante.
- A lo mejor no deberías aguantarme más.
- No digas eso Alicia, que te pones muy pesimista cuando estás en ese estado. Tú sabes que te quiero y te ayudo siempre en lo que necesitas, e intento ser paciente en los momentos de este tipo, que solo ves lo malo del mundo. ¿O es que te ha pasado algo en el viaje?
- No, no ha pasado nada, solo que estoy de muy mal humor.
- Será el estrés y la falta de sueño, mejor que duermas en el coche un rato a ver si se te pasa un poco.
- No quiero dormir en el coche.
- Pero si siempre te duermes en cuanto no te hablo.
- Si pero ahora no voy a poder, ya dormiré esta noche.
- Bueno, pues esta noche te dejo tranquilita y descansas que mañana estarás mejor.
No era la primera vez que su pesimismo afloraba de aquel modo. Roberto estaba preocupado por este cambio tan brusco, pero aguantaba con calma porque sabía que era una mujer estupenda excepto cuando se ponía de aquel modo, aunque era un defecto que no le importaba demasiado, ella tenía otras cosas que a él le encantaban. Se montaron en el coche y partieron a casa, Alicia no dijo nada en todo el trayecto, pero tampoco se durmió.
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