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03/02/11 23:45

Sentado en el taburete, con la cabeza gacha estaba Roberto. Ebrio y silencioso allí inmóvil, se sentía inmensamente solitario a pesar de la gente se movía a su alrededor. De pronto una mano femenina tocó su hombro suavemente.
-          Hola encanto.
-          Lárgate zorra.
-          Tienes muy mal genio para ser tan guapo.
-          ¡ah! Perdona Miriam, o me había dado cuenta que eras tú.
-          Pues vaya recibimiento para quien fuera sido.
-          Pensaba que era una furcia buscando clientes.
-          Bueno, a lo mejor sí que busco algo.
-          ¿Cómo?
-          Nada cariño, que perdonado quedas.
-          Que listilla eres. (comentó sonriente)
-          ¿Y a que venía ese mal genio?
-          Pues será el alcohol…
-          ¿Y qué haces tan sólo aquí?
-          Pues que no he avisado a nadie, he salido sólo.
-          ¿Por qué?
-          Porque tenía ganas de estar sólo, sin compañía.
-          ¿Ni siquiera compañía femenina?
-          No sé, supongo que no.
-          ¿Cómo que no? ¿No te agrada mi compañía?
-          No, no es eso, es que estoy algo preocupado.
-          ¿Y eso?
-          Pues por mi reciente ruptura, por algunas malas experiencias con mujeres que he tenido hace poco...
-          Pero conmigo no te pasará nada malo cielo.
-          Si, contigo no me pasó, lo recuerdo.
-          Claro, y fue todo perfecto. ¿Quieres que lo repitamos?
-          Joder, que directa.
-          Directísima cariño, concisa y clara.
-          Sí, bueno…
-          ¿No te gusta?
-          No, es decir, si, me encantan las tías directas.
-          Pues eso, si ya nos conocemos de antes ¿Para qué perder el tiempo en tonterías?
-          ¿Ahora mismo quieres?
-          Si ¿Por qué no? Nos vamos a mi casa que está sola si te parece.
-          Sí, pero es que ahora mismo…
-          Estás borracho y decaído. (interrumpió ella)
-          Si.
-          Pues no te preocupes yo te levanto la moral y lo que haga falta.
-          Supongo que no tengo elección.
-          Si que tienes, pero la opción de quedarte aquí solo es bastante peor ¿no?
-          Sí que lo es, si…
-          Pues venga, vámonos a mi casa.
-          No, a tu casa mejor no que me puede caer una gorda si nos pillan.
-          Por mi edad.
-          Evidentemente.
-          A mí no me importa.
-          Eso me he quedado claro, lo que no está tan claro es que tampoco le importe a alguien de tu familia.
-          Ya comprendo. ¿Dónde vamos entonces?
-          Pues a mi apartamento que está solo y no vendrá nadie.
-          Como quieras. ¿Está cerca?
-          Si, más o menos. Podemos ir andando y así me da el fresco.
-          Sí, que te sentará bien. Vamos.
Miriam lo cogió de la mano y salieron del bar. Roberto la miró de arriba abajo al salir, su pelo rubio y su vestido rojo ondeaban con la brisa nocturna. La agarró con fuerza de la cintura y ambos se miraron sonrientes, ella era poco más alta que él, pero esto se acentuaba con sus tacones, a ninguno de los dos le importaba aquella tontería, aunque si les resultaba relativamente gracioso. Y con una sonrisa en la boca fueron andando juntos hasta el apartamento.

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