La tarde estaba nublada, amenazaba tormenta. Roberto salía del coche con un ramo de rosas en la mano, eran para Alicia, quizás sus amigos tuvieran razón, mejor luchar por lo que amas; este regalo era sólo un detalle, pero puede que ayudara en algo. Llamó a la puerta, intentó esbozar una sonrisa y sujetó las rosas entre las manos con firmeza. Al momento Alicia salió dejando la puerta entreabierta.
- Hola ¿Qué quieres?
- ¿No me das un beso o algo?
- Ya no tienes derecho a ello.
- ¿Pero qué dices? Dos besos como a todo el mundo cuando se saluda.
- ¿Para qué me traes flores? (preguntó seria mientras las miraba)
- Pues como regalo, yo quería hablar contigo de lo nuestro.
- No ha nada que hablar, ya sabes como estoy.
- ¿Pero es que sigue sin importarte nada?
- Sí que me importa, pero…
- ¿No me dirás que no lo hemos pasado bien juntos? (interrumpió sonriente)
- Siempre me dices lo mismo.
- Y tú a mi también. ¿Cómo va el tratamiento?
- Pues lo estoy tomando, pero me siento igual
- Es que no sé si eso es realmente…
- ¿Con quién hablas tanto cariño? (interrumpió una voz que se oía desde el pasillo)
- ¿Quién es ese? (dijo Roberto al verle, cambiando drásticamente su gesto)
- No hace falta que salgas Luis, quédate dentro. (dijo Alicia)
- Ten cuidado. (comentó mientras volvía dentro)
- ¿Es quien yo me imagino?
- Creo que no lo conoces.
- Es igual, esto lo explica todo por fin… (dijo Roberto mirando muy seriamente a Alicia)
- Roberto, yo… (habló cabizbaja)
- Lo del tratamiento será mentira entonces…
- No, eso es verdad pero…
- ¡¿Pero qué?! ¿Qué demonios te ha pasado? A ti, a mí, a todo lo que teníamos ¿Dónde ha quedado eso?
- ¡¿Cómo que no lo sabes?! Joder, no me esperaba esto, al menos no de ti.
- Lo siento, yo no quería que esto terminara así.
- Pero querías que terminara ¿verdad?
- Yo…
- No te preocupes, no es culpa tuya. Es mía por créete cuando decías que no eras como las demás.
- Roberto, yo…
Roberto se giró enérgicamente y se marchó sin decir nada más. Salió a la calle y tiró el ramo de rosas al suelo. Entró en el coche y allí sentado esperó unos segundos, respirando profundo, sin soltar ni una lagrima, con entereza, como él pensaba que debía ser, aguantando. Se fue hacia su solitario apartamento, las ruedas al pasar aplastaron las flores contra el asfalto desmenuzando los pétalos que más tarde el viento y la lluvia barrerían aquella noche. Pero no sería el ruido de la tormenta lo que le quitaría el sueño esa noche de soledad.
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